Mi padre estaba palidisimo. De pie, junto al armario, tenia orden de no moverse. Después salimos todos de casa y nos llevaron a la plaza del pueblo, donde ya se encontraban muchos adultos y niños.
Nuestros perros corrían en torno nuestro ladrando, pero la SS disparaban contra ellos e hirieron al nuestro 'Vorech' pero al final nos lo quitaron, uno de aquellos alemanes le dio una patada y yo me puse a llorar otra vez. ´No pasa nada, no tengas miedo' me decía mi madre acariciándome el pelo para consolarme, pero también ella sollozaba. Delante de la iglesia la plaza estaba llena de libros, de cuadros de otras cosas buenas que los soldados arrojaban por las ventanas. Papá sonreía, me tomó en brazos, me besó y apenas había dicho algo a mamá cuando llegaron los soldados para llevárselo a donde reunían a los padres, los abuelos y los niños mayores.
Carta de un niño en los días oscuros de la Segunda Guerra Mundial.
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