viernes, 3 de junio de 2016

Llora el Urutaú

Cuando lloraba mi abuelo me cantaba una canción, que decía:

Llora, llora el urutaú
En la rama del chañar…

La canción se repetía una y otra vez hasta que por fin paraba de llorar.

Así Tomas Perea, un chico de 21 años, comienza a contarme una anécdota de su vida. Nacido en Jujuy, vino a estudiar Psicología a la facultad de la Universidad Nacional de Tucumán. Para él  la historia que me contará es un aprendizaje de vida de momentos felices y momentos tristes. Y  como lo queramos tomar o saber llevar depende de uno mismo.

¿Qué es el urutaú? El urutaú es un ave nocturna de unos 20 cm de largo, su plumaje es de color pardo oscuro, su pecho es violáceo. Tiene un cantar es melancólico, como un llanto, un lamento quizás. Se dicen muchas cosas del urutaú, se lo relaciona con una india que de tanto esperar a su amado, se convirtió en este pájaro. Según la leyenda sigue  llorando por él en los campos y montes. Su nombre viene de la lengua guaraní: guyra- ave, pájaro y Táu- fantasma. Representa la belleza de lo bueno en lo malo, el lamento de su voz, y la libertad de volar.

Tomas relaciona esta especie de ave, con su abuelo. Es que hay un recuerdo en su memoria, que aún sigue intacto. Comienza a contármelo desde una fecha clave, 1° de diciembre de 2001.

Una imagen de un fósforo que representaba una vela, un cumpleaños.
La cara de su abuelo soplando la vela.
Sopla el fósforo junto a su abuelo.
La oscuridad de la pieza del sanatorio.
La oscuridad.
….
Antonio era una persona por la cual Tomas, sentía mucha admiración. Describe a su abuelo, como si me mostrara fotos, pero no hay fotos. Todos son recuerdos, un álbum de momentos vividos. Cuando sonreía sentado en su silla comiendo morcillas, cuando lo molestaba hasta hacerlo llorar.
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Hace una pausa como quien tiene muchas cosas por decir, pero no sabe por dónde empezar.  Levanta la mirada de la hoya de arroz que se está haciendo para la cena. 

“El abuelo de las sopas de  frangollo” me dice. Una comida a base de maíz blanco, carne y grasa caliente, después van  los condimentos.

Un gran cocinero, de humilde corazón, una persona de la cual se podía aprender muchas cosas. Hijo de padres inmigrantes que vinieron de Andalucía, ni el mayor ni el menor entre 10 hermanos. Ese era Antonio. Una persona llena de historias.

Los domingos Tomas iba a comer a la casa de sus abuelos. Aún recuerda esos días. El sol de la mañana iluminando su cara. Las flores de un jardín interno, mojadas por el rocío. Las pequeñas gotas de aguas sobre las flores, también iluminadas por el sol.

Ese pequeño niño de 7 años, no podía evitar entrar corriendo para ver a su abuelo. Quien siempre estaba sentado en la punta de una mesa rectangular, tapado por un inmenso diario de formato sabana. A su lado siempre el mate y un plato con una morcilla cruda.
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Antonio miraba a su nieto, con los anteojos a media nariz. Mientras leía lo miraba de reojo, miraba la morcilla, lo volvía a mirar. Soltaba el diario, y agarraba el cuchillo que siempre tenía a su lado. Cortaba una rodaja, una rebanada de pan, y se la daba a  Tomás. Y así cada vez que terminaba un pedazo le daba otro. Pero su nieto, esperaba, no tocaba el plato.

Esos son los mejores momentos que tiene de su abuelo. Con los que decide recordarlo cada vez que le preguntan por él.

Pero como un invierno que llega desprevenido, el sol que está pero de repente desaparece. Las nubes ocultan el cielo, y comienza a hacer frío. Así fue como del día a la noche Antonio enfermó muy grave, le diagnosticaron cáncer de piel. Y el ritmo de todos en aquella familia cambió.
Los encuentros de los domingos se acabaron. Porque el que todo lo alegraba, aquel hombre que hacía chistes y comía morcilla mientras tomaba mate, estaba internado. La enfermedad lo consumía, lo mataba lentamente. Nadie se lo esperaba,  más viniendo de una persona que llevaba una vida tan activa.  Fue un golpe duro. Seco. Así les cayó a todos esta noticia.
……
Un 1° de diciembre, en el sanatorio Quintar que se encuentra en la ciudad de San Salvador de Jujuy. Estaba toda la familia visitando a Antonio. Al llegar la noche había que volver a casa, pero Tomás no quiso irse. Quería quedarse con su abuelo, quería festejar su cumpleaños número 8 junto a él .
Cuando le dijeron que podía quedarse, fue el niño más feliz del mundo. No quería juguetes, no quería ir a la plaza. El único deseo de cumpleaños que tenía era pasarlo con su abuelo, estar a su lado. No importaba si no había vela, si no había globos. Sólo importaba ese momento.  
Junto a ellos estaba también su abuela que de un momento a otro desapareció del cuarto. Pero volvió con la mitad de una torta de chocolate. Tomas se sorprendió al verla, se emocionó porque sabía que podría soplar el fósforo, improvisado que hacía de vela, con sus abuelos.
…......
Las lágrimas brotan de sus ojos, al arroz ya casi listo le caen algunas. Se las limpia con la manga de su buzo. Es que esa fue la última vez que vio a su abuelo con vida. Dos días después Antonio falleció.  “Al abuelo le salieron alas, un ángel vino a buscarlo” le dijo su mamá a Tomas y a su hermana.
…......
Su abuela apaga las luces de la pieza.
La luz del fósforo, lo único que ilumina el lugar.
Sus  abuelos cantando el feliz cumpleaños.
Su abuelo acostado en la cama. Tomás lo veía, sabía que le dolía. Pero lo notaba feliz.  Con sus últimas fuerzas sopla junto a su nieto.
El fuego del fósforo se apaga, y con él la vida de Antonio.