Cuando lloraba mi abuelo me cantaba una canción, que decía:
Llora, llora el urutaú
En la rama del chañar…
La canción se repetía una y otra vez hasta que por fin
paraba de llorar.
Así Tomas Perea, un chico de 21 años, comienza a contarme
una anécdota de su vida. Nacido en Jujuy, vino a estudiar Psicología a la
facultad de la Universidad Nacional de Tucumán. Para él la historia que me contará es un aprendizaje
de vida de momentos felices y momentos tristes. Y como lo queramos tomar o saber llevar depende
de uno mismo.
¿Qué es el urutaú? El urutaú es un ave nocturna de unos 20
cm de largo, su plumaje es de color pardo oscuro, su pecho es violáceo. Tiene
un cantar es melancólico, como un llanto, un lamento quizás. Se dicen muchas
cosas del urutaú, se lo relaciona con una india que de tanto esperar a su
amado, se convirtió en este pájaro. Según la leyenda sigue llorando por él en los campos y montes. Su nombre viene de la
lengua guaraní: guyra- ave, pájaro y Táu- fantasma. Representa la
belleza de lo bueno en lo malo, el lamento de su voz, y la libertad de volar.
Tomas relaciona esta especie de ave, con su abuelo. Es que
hay un recuerdo en su memoria, que aún sigue intacto. Comienza a contármelo
desde una fecha clave, 1° de diciembre de 2001.
Una imagen de un fósforo que representaba una vela, un
cumpleaños.
La cara de su abuelo
soplando la vela.
Sopla el fósforo junto a su abuelo.
La oscuridad de la pieza del sanatorio.
La oscuridad.
….
Antonio era una persona por la cual Tomas,
sentía mucha admiración. Describe a su abuelo, como si me mostrara fotos, pero
no hay fotos. Todos son recuerdos, un álbum de momentos vividos. Cuando sonreía
sentado en su silla comiendo morcillas, cuando lo molestaba hasta hacerlo
llorar.
-
Hace una pausa como quien tiene muchas cosas por decir, pero
no sabe por dónde empezar. Levanta la
mirada de la hoya de arroz que se está haciendo para la cena.
“El abuelo de las sopas de
frangollo” me dice. Una comida a base de maíz blanco, carne y grasa caliente, después
van los condimentos.
Un gran cocinero, de humilde corazón, una persona de la cual
se podía aprender muchas cosas. Hijo de padres inmigrantes que vinieron de
Andalucía, ni el mayor ni el menor entre 10 hermanos. Ese era Antonio. Una persona
llena de historias.
Los domingos Tomas iba a comer a la casa de sus abuelos. Aún
recuerda esos días. El sol de la mañana iluminando su cara. Las flores de un jardín
interno, mojadas por el rocío. Las pequeñas gotas de aguas sobre las flores, también
iluminadas por el sol.
Ese pequeño niño de 7 años, no podía evitar entrar corriendo
para ver a su abuelo. Quien siempre estaba sentado en la punta de una mesa
rectangular, tapado por un inmenso diario de formato sabana. A su lado siempre
el mate y un plato con una morcilla cruda.
-
Antonio miraba a su nieto, con los anteojos a media nariz.
Mientras leía lo miraba de reojo, miraba la morcilla, lo volvía a mirar.
Soltaba el diario, y agarraba el cuchillo que siempre tenía a su lado. Cortaba
una rodaja, una rebanada de pan, y se la daba a Tomás. Y así cada vez que terminaba un pedazo
le daba otro. Pero su nieto, esperaba, no tocaba el plato.
Esos son los mejores momentos que tiene de su abuelo. Con
los que decide recordarlo cada vez que le preguntan por él.
Pero como un invierno que llega desprevenido, el sol que
está pero de repente desaparece. Las nubes ocultan el cielo, y comienza a hacer
frío. Así fue como del día a la noche Antonio enfermó muy grave, le
diagnosticaron cáncer de piel. Y el ritmo de todos en aquella familia cambió.
Los encuentros de los domingos se acabaron. Porque el que
todo lo alegraba, aquel hombre que hacía chistes y comía morcilla mientras
tomaba mate, estaba internado. La enfermedad lo consumía, lo mataba lentamente.
Nadie se lo esperaba, más viniendo de
una persona que llevaba una vida tan activa. Fue un golpe duro. Seco. Así les cayó a todos
esta noticia.
……
Un 1° de diciembre, en el sanatorio Quintar que se encuentra
en la ciudad de San Salvador de Jujuy. Estaba toda la familia visitando a
Antonio. Al llegar la noche había que
volver a casa, pero Tomás no quiso irse. Quería quedarse con su abuelo, quería
festejar su cumpleaños número 8 junto a él .
Cuando le dijeron que podía quedarse, fue el niño más feliz del mundo. No
quería juguetes, no quería ir a la plaza. El único deseo de cumpleaños que
tenía era pasarlo con su abuelo, estar a su lado. No importaba si no había vela,
si no había globos. Sólo importaba ese momento.
Junto a ellos estaba también su abuela que de un momento a otro desapareció del cuarto.
Pero volvió con la mitad de una torta de chocolate. Tomas se sorprendió al
verla, se emocionó porque sabía que podría soplar el fósforo, improvisado que
hacía de vela, con sus abuelos.
…......
Las lágrimas brotan de sus ojos, al arroz ya casi listo le
caen algunas. Se las limpia con la manga de su buzo. Es que esa fue la última
vez que vio a su abuelo con vida. Dos días después Antonio falleció. “Al abuelo le salieron alas, un ángel vino a
buscarlo” le dijo su mamá a Tomas y a su hermana.
…......
Su abuela apaga las luces de la pieza.
La luz del fósforo, lo único que ilumina el lugar.
Sus abuelos cantando
el feliz cumpleaños.
Su abuelo acostado en la cama. Tomás lo veía, sabía que le
dolía. Pero lo notaba feliz. Con sus
últimas fuerzas sopla junto a su nieto.
El fuego del fósforo se apaga, y con él la vida de Antonio.
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