jueves, 19 de mayo de 2016

Relato de un carnaval

Un sábado de febrero de 2016 el carnaval de Jujuy tocaba las puertas de las casas,  el diablo esperaba ansioso por su desentierro. Una cultura de pueblos del norte y un muñeco con forma de diablo que nació como un símbolo de la celebración y la lujuria,  pero también para representar al sol quien (según la creencia) fecunda a la Pachamama, el resultado es dar a los hombres tierras fértiles para que ellos den de comer a sus hijos. Buenas semillas, frutos que derraman jugos, raíces y troncos fértiles es lo que recompensa el demonio al hombre si todos los años cumple con este ritual.
El olor a tierra seca y las bumbuchas que alivian el calor, marcaba esa tarde de sábado de desentierro del carnaval. Los hombres tomaban, los niños jugaban con agua y espuma, las mujeres preparaban Saratoga (una bebida tradicional de San Salvador de Jujuy que consiste en un preparado de jugo de naranja, ciruela, uva, y mucho vino blanco). Esta bebida no puede pasar desapercibida, porque es el recibimiento de un invitado a la casa del anfitrión. La persona que llega al lugar no puede rechazarla, esto sería una falta de respeto para los que pusieron su hogar para festejar la llegada del carnaval.
Quienes prepararon este verano su casa fueron el matrimonio de los Rodriguez. Esther Rodriguez y su marido Pablo, quien está haciendo asado y cordero, el olor a carne cocinándose impregna los lugares de la casa. Nos reciben con un Saratoga, el vino blanco se siente más que los otros elementos, y al ver nuestras caras como si hubiéramos mordido un limón bien agrio, Esther nos dice que los invitados “alegres” tienen que reinar en su morada.
Después de comer, es el turno de las copleras, todo sigue un orden, le pregunto a Esther por qué es así, y me responde que simplemente las tradiciones van de casa en casa, y es ley seguirlas, sino el señor de los infiernos podría “pasar factura” y arruinar los cultivos. Su familia cosecha uvas, por eso para ella es tan importante estas costumbres.
Las coplearas comienzan a recitar unos cantos al viento, partes en quichua (lengua madre de los originarios de los pueblos andinos) y partes en español:

Que les parece señores,
Cuculi madrugadora,
Ya ha llegado el carnaval,
 A las cinco de la mañana.

Mientras recitan estas estrofas todos toman y cantan a la par de las mujeres que con sus polleras y su “caja” (algo muy parecido al bombo pero más chico) alegran la tarde.
Esther no se equivocó, al llegar la noche, después de desenterrar el diablo- un muñeco  que colgado de un palo ronda por todas las manos de los que bailan un carnavalito- todos los invitados están alegres, será por el vino, por el Saratoga, o simplemente por la alegría de que el carnaval comenzó y todo es fiesta. Por las tristezas no hay que preocuparse, se las lleva el carnaval. 

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