viernes, 23 de septiembre de 2016

Los Monstruos no existen




Cuando las luces se apagaban, María sentía un frio que le subía desde sus pequeños pies hasta su garganta, una transpiración helada de esas que no te dejan dormir ni poniéndote tres tapados encima. Es que en la cama en la que ella dormía, ubicada en el medio de su dormitorio, miraba para el ropero que abarcaba una pared entera. En ese ropero viejo y con maderas llenas de moho, vivía lo que para ella era, su peor pesadilla.

….

Todo había comenzado una tarde de domingo. Su casa era la última de todo el barrio. Para llegar allí tenías que atravesar árboles muertos y rocas pintadas de blanco para marcar el camino. María, no tenía vecinos de su edad. Los únicos que conocía, se habían mudado a la ciudad por el divorcio de sus padres. En él barrio que parecía más tenebroso que cálido, sólo habitaban cuatro familias. Dos matrimonios con hijos, por ese hecho no tenía más vecinos de su edad que aquellos que ya no estaban. Sus únicos amigos eran sus juguetes.

Esa misma tarde de domingo lluvioso, esta pequeña niña de 10 años jugaba con sus muñecas, en la pieza de sus padres. A una de ellas se le cayó un zapatito y fue a parar debajo de la estantería, donde se encontraban las películas favoritas de su papá. De curiosidad, su mirada se detuvo en una caja que empezaba con “I”. La imagen pegada en la tapa, mostraba un payaso que estaba escondido en una canaleta. Como María era muy curiosa decidió prender la videograbadora. Con toda su inocencia, quería saber de qué se trataba la película del payaso que, aunque tenía cara de maníaco, parecía ser agradable. 

Las primeras escenas no pasaban de lo normal, unos niños divirtiéndose jugando en una fiesta de cumpleaños, nada fuera de lo común. Hasta que el payasito, o mejor dicho “IT” como decía llamarse, comenzaba a matar niños, y aunque no se veían las escenas de asesinatos, bastaba para dejar en tu imaginación los peores sucesos que le podría haber ocurrido a aquellos chicos.

Después de una hora y media de ver IT, EL PAYASO ASESINO, los padres de María habían llegado de trabajar. Y aunque había quedado con su niñera de 15 años, ella jamás se había dado cuenta de lo sucedido, estaba muy ocupada usando el teléfono fijo para hablar con sus amigas.

A la hora de la cena, no podía probar un solo bocado, en su mente sólo tenía la imagen de IT. Su sonrisa maléfica, sus dientes filosos y podridos, su cara pintada de blanco y labios rojos, su pelo rizado para los costados como dos pompones rojos, sus enormes zapatos de punta redonda y trenzas grandes, también de color rojizo. El exagerado traje de colores fuertes, los cuales eran difíciles de olvidar.

No dijo nada a sus padres, por dos razones fundamentales, que le habían dicho que no hiciera: jugar en la pieza de los papás y segundo ver películas sin que estén ellos. Así que se lo guardo como un pirata entierra su tesoro.

Sin embargo, aquí comienza la peor noche de María. Cuando llegó el momento de ir a dormir y quedarse sola en su pieza. Con las luces apagadas, y sin nada más que una lámpara que quedaba al lado del espejo principal; se repetía a sí misma, una y otra vez: no existen los payasos asesinos, no existe IT, no existe esa película. Pero era inevitable no fijar la vista en aquel ropero que ocupaba una pared entera. Algunas de sus puertas, entre abiertas, esperando a rechinar en el momento menos esperado, cuando sus ojos se estuvieran cerrando. ¿Y debajo de la cama? No quería mirar para allí, por las dudas la cabeza se asomara por los costados. La sombra de los peluches colgados en las paredes de la habitación, ya no eran adorables. Las muñecas en la estantería tampoco, su ternura se había esfumado, ya no eran unos simples juguetes inocentes. Ahora todos ellos, que rodeaban a María en la habitación, eran cómplices del payaso asesino.

Tapada de pies a cabeza, sentía que su cuerpo temblaba y transpiraba, se preguntaba si aquellos niños habían sentido lo mismo antes de ser comidos o asesinados por IT. Y ahora ella sería otra víctima, por haber violado las reglas. Lloraba por todos esos momentos que había sido respondona y no hacer caso. Se arrepentía profundamente de haber jugado donde no tenía que hacerlo. Le daba toda la razón a su mamá, se la imaginaba en el velatorio llorando por un error de la que no era culpable. Sino que su misma hija lo había buscado. Estaba decidida a entregarse a los brazos de todos aquellos muñecos poseídos, por fuerzas que sobrepasan lo humano. Ya todo estaba perdido.

Sacó la mitad de su cara de las sabanas. Vio unos zapatos puntiagudos y grandes en la puerta de su pieza, un hombre gordo y calvo que respiraba fuerte, algo llevaba en la mano, quizás era el cuchillo con el que pondría fin a su vida. Sólo se dejó llevar y esperó a que todo sucediera. Cuando sintió que la destapaban…

¿Por qué están todos tus muñecos tirados en el piso y las ventanas abiertas, no te hace frío?


Y como dice la moraleja, la curiosidad mató al gato. 








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